Convertirse en ateo no es un proceso simple ni instantáneo. Requiere abandonar muchas creencias enraizadas desde la niñez. Es posible que ocurran “epifanías ateas” en que algo haga “click” en la cabeza del creyente y simplemente se convierta en ateo. Pero tal cosa es sin duda excepcional. En la realidad se requiere mucho tiempo de dudas, de investigación, de cuestionar las cosas, de intentar encontrarles sentido, hasta que tales momentos llegan, y las creencias religiosas se van apagando una a una hasta la irrelevancia.
Al comienzo de mi adolescencia, cerca de los 12 años, tuve una experiencia que si bien no fue definitiva, aportó semillas a esas dudas. Fui invitado y participé en un campamento de verano del
Ejército de Salvación (en adelante, ES). Una profesora que me quería mucho me contactó para avisarme de una oportunidad para participar junto con otros muchachos de mi escuela en ese campamento, en
un complejo del ES ubicado cerca de Angostura, al sur de Santiago. La idea no sonaba mal, y mis padres aceptaron. No recuerdo porqué, pero algo tenía que hacer que hizo que no pudiera tomar el bus junto con todo el grupo, así que esa misma profesora me llevó al lugar en su automóvil.
Cada semana, un grupo de niños (o niñas, pero no mixto) llegaba al centro, donde monitores y gente del ES organizaban todo para tener una entretenida semana de alianzas, actividades y diversión. El centro tenía una gran piscina olímpica, canchas de futbol, multi-canchas, mucho espacio, y tenían todo planeado para realizar muchas actividades, campeonatos entre alianzas, etc.
Hasta el día de hoy ese recinto se sigue usando igual.
En todas esas actividades participaban diferentes personas, pastores y gente del ES. En particular nos presentaron a una mujer que actuaba como “monja” del ES, aunque no recibía ese título, nos dijeron simplemente que era una “hermana”, cuyo nombre no recuerdo. Vestía un traje gris, con un tocado gris en la cabeza, y era muy amable. Y como en esas charlas hablaban de la salvación, de aceptar a Cristo, del amor de Dios, ella era clave en orientarnos, y en responder nuestras preguntas.
Y yo tenía varias, que comenzaron a hacer corto-circuito en mi cabeza. Tiempo antes había llegado a mis manos una biblia de corte protestante,
la traducción Reina Valera de 1960.
Desde pequeño fui un lector ávido, y cuando llegó a mis manos, hice lo obvio:
comencé a leerla desde Génesis 1:1. Muchas historias, desde la creación, el diluvio, el éxodo, simplemente las leía como si fuera historia. Pero había cosas que no cuadraban. Y entonces, estando en un campamento del ES donde me estaban hablando de esos temas a cada rato, esas dudas afloraron. Y pedí a la hermana conversar con ella para hacerle algunas preguntas.
Primero, ya el personaje bíblico de Dios me tenía perplejo. Y dado el gran hincapié en esa semana de que sólo era posible salvarse creyendo en Cristo, la conclusión obvia del odio divino a los no-creyentes, afloró en mi mente. De mis lecturas de la Reina Valera, una escena que me causó extrañeza era el hecho de que en la historia del Éxodo, Moisés fue en repetidas ocasiones a pedir al Faraón que dejara ir a los judíos, y ante su negativa, sendas calamidades ocurrían a Egipto (pero no a los judíos). Pero las negativas del Faraón no eran realmente el propio Faraón hablando desde su propia volición y libre albedrío, sino que Dios forzándolo a decir que no, y luego castigándolo por ello…
Desde el principio Dios mismo decidió “endurecer el corazón del Faraón” (
Éxodo 4:21,
7:3). Y plaga tras plaga “el corazón de Faraón se endureció […] tal como Jehová dijo”. Varias de esas frases podrían interpretarse como que el propio Faraón, de malvado y duro de cabeza, rehusaba, pero en ciertos versículos el sentido literal de la intervención “divina” se deja ver, tal como en
Éxodo 10:20:
“Pero Jehová endureció el corazón de Faraón, y éste no dejó ir a los hijos de Israel.”, (similar también en
Éxodo 10:27).
No hay duda que
según la historia bíblica, los egipcios y su Faraón abusaron de los judíos (
Éxodo 1:8-14), pero al ver esto, me parecía claro que la tortura de cada plaga no fue necesariamente porque su Faraón se rehusara a liberar a los israelitas, pues aunque quisiera ¡no podía! ¡El propio Dios de Israel se encargaba de “endurecerle el corazón” para que dijera que no! Y eso gatillaba a continuación una nueva plaga…
Y así hasta llegar a la última plaga: la muerte de todos los primogénitos de Egipto. Ante tal desastre (y como padre, imagino el dolor que tal cosa puede causar), finalmente el Faraón decide acceder a liberar a los israelitas:
“E hizo [el Faraón] llamar a Moisés y a Aarón de noche, y les dijo: Salid de en medio de mi pueblo vosotros y los hijos de Israel, e id, servid a Jehová, como habéis dicho. Tomad también vuestras ovejas y vuestras vacas, como habéis dicho, e idos; y bendecidme también a mí.” (
Éxodo 12:31-32).
¡Uf, qué historia!: Millares de primogénitos (¿incluso adultos?), entre ellos muchos niños inocentes, muertos porque Dios decidió artificialmente forzar a alguien a que dijera una y otra vez ¡No!, en contra de su propia voluntad, literalmente alterando y manipulando el “libre-albedrío” del Faraón…
Pero tampoco es el fin de la historia. Dios aún quería jugar más con la mente del Faraón, pues anuncia que él hará nuevamente que al Faraón se le endurezca el corazón para que, aunque el Faraón ya había decido dejar ir a los israelitas, ahora se arrepintiera y los persiguiera (
Éxodo 14:2-9)… y luego para entrar en medio de un mar partido en dos para matarlos (
Éxodo14:15-18).
Entonces, ¿cómo cuadra un plan de salvación donde Dios, todo amor como acababa de escuchar una y otra vez en ese campamento del ES, en realidad puede literalmente obligarte a hacer cosas malas a la gente en contra su propia voluntad, para luego castigarle por eso? Esa fue mi pregunta a la hermana.
¿Su respuesta? Si no recuerdo mal, fue algo así como que no podemos entender a Dios. Es decir, la famosa frase de “Los caminos de Dios son misteriosos”, al mejor estilo de Isaías 55.
Esa es una respuesta (y excusa) que más de una vez recibiría en el futuro.
Mi segunda pregunta fue respecto de la importancia de recibir a Cristo para ser (realmente) salvo, pues cuando pensé en el discurso de que ese era el “único” camino, me pareció innecesariamente cruel ¿esa es la única forma? ¿Y qué hay de toda la gente que nunca tuvo siquiera la oportunidad de siquiera saber de cristo, ya sea que nació antes que él, o que nació después de él, pero en un lugar tan recóndito como una isla del pacífico hace siglos atrás, antes de conocer a ningún occidental que trajera “el evangelio”?
Cuando le planteé esa duda, la hermana se mostró bastante sorprendida con mi pregunta. Supongo que no era el tipo de cuestionamientos típico de niño de 12 años. Me dijo que en el fondo no había otro camino, y que Dios igual podía mostrarse a alguien en una isla remota, y tal persona llegar a encontrar a Dios. Pero, claramente, eso a mí no me cuadraba: la gente nunca había estado hablando de conocer a un dios Jehová sino únicamente en Israel. Nadie fuera de allí jamás lo descubrió si es que no se lo contaba alguien.
Entonces, mi pregunta natural siguiente fue: ¿Y qué pasa con alguien que fue bueno toda su vida, ayudó al prójimo, hizo buenas acciones, nunca cometió ningún pecado (o lo que hubiéramos calificado de pecado bajo el prisma cristiano), pero que nunca conoció a Cristo, ni lo aceptó, ni nada de eso? ¿No debiera dios salvarlo al menos por el mérito de ser bueno?
La respuesta de la hermana fue categórica: tal persona, si no aceptó a Cristo, no puede ser salva, y estaba condenada al infierno, sin importar cuan buena haya sido.
Tales respuestas de la hermana del ES estuvieron lejos de dejarme satisfecho, y fueron otro paso que me llevó a dudar, y ahora lo veo como otro grano de arena en ese banco de dudas que a la larga ayudaron a mi desconversión final.
Pero aun en ese instante yo estaba lejos de ser ateo. Si bien ya el catolicismo me estaba desencantando al punto del rechazo, y el dios del antiguo testamento con sus manipulaciones mentales a las personas para castigarlas, y la negativa de Dios de salvar a la gente “buena” por nacer en el lugar y época equivocadas me pareció por lo menos equivocado, comenzaron a minar mi interés en el Dios cristiano “tradicional”. Pero yo seguía pensando y creyendo que había un dios, sólo que no podía ser exactamente el dios pintado por el catolicismo, o por el Antiguo Testamento.
Y eso me llevó a otros pasos en mi búsqueda, mi camino que me llevó al ateísmo, que relataré en futuras entregas.