domingo, febrero 06, 2011

Viendo la luz

¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Porqué existimos? Tales preguntas han dejado perpleja a la humanidad desde el principio del tiempo.

Para responder esas preguntas la humanidad se ha apoyado en las religiones ¿Budismo? ¿Cristianismo? ¿Islam? Todas las religiones tienen en común dar una respuesta a tales preguntas, y en especial a una: ¿Qué ocurre con nosotros después de la muerte?

La muerte es el límite definitivo. Todos nuestros esfuerzos, nuestras alegrías y pesares ¿Se pierden para siempre? Tal idea es espeluznante, y eso ha llevado a que muchas personas acepten la reencarnación, o el cielo (algún cielo, dependiendo de la religión) o alguna otra idea transcendental como La Respuesta sin cuestionarse si realmente es cierto. No importa cuán increíble sea la doctrina que explica la existencia de un “más allá”, es más dulcificante creer en una vida sobrenatural después de la muerte, que aceptar la nada.

Yo estaba en esa categoría. Pensaba que debía haber algo más allá. No podía ser que lo que vemos con nuestros ojos fuera todo lo que existe. Por ello abracé la religión cristiana a conciencia.

Pero en el fondo soy una persona extremadamente racional ¿Y si estoy equivocado? Al fin y al cabo, no hay una única religión, sino muchas. Y todas ellas se contradicen en uno o más puntos cruciales...

Por ello, yo no quería solamente creer, quería saber, tener la certeza de no seguir una religión, sino la verdadera religión. Innumerables veces pedí a Dios que se manifestara en mi vida, para tener esa relación personal que predicaban los pastores evangélicos, y así saber que todo era cierto. Pero tal manifestación nunca ocurrió.

Pero si no había una manifestación espiritual real ¿Es el cristianismo verdadero? El paso obvio fue comenzar a estudiar los fundamentos del cristianismo. ¿Es la Biblia inerrante? ¿Los milagros eran reales? ¿Dijo Jesús realmente lo que creemos que dijo o quiso decir?

Comencé a estudiar la apologética cristiana protestante, la disciplina que intenta defender la fe. Para defender la fe de ataques o contraargumentos de otras religiones no basta con gritar más fuerte, o repetir "Nah-nah-nah..." mientras te tapas los oídos; el apologista necesita conocer su fe, los argumentos y premisas que la sustentan y a partir de esa base defenderla y refutar los argumentos del oponente. Eso para mí era extremadamente importante: aprendiendo cuáles eran esos argumentos podría entender porque el castillo doctrinal de cristianismo era sólido, y además de sólido, verdadero.

En principio si uno revisa la apologética protestante cuando lucha contra el catolicismo, los testigos de Jehová o los mormones, los resultados son impresionantes: cualquier divergencia se resuelve en forma impactante recurriendo a la Biblia; cuando otras religiones o sectas se oponen al cristianismo "de verdad", uno lee la Biblia y encuentra “la verdad”; la evidencia bíblica no se puede ignorar. ¡Ahí lo dice!

Por un tiempo eso tranquilizó mis inquietudes. Es agradable sentirse parte del equipo vencedor. No basta pertenecer a un grupo, uno quiere ser parte del grupo de los buenos, de los ganadores.

Pero mi cerebro lógico tarde o temprano comenzó a encontrar resquebrajaduras en la Biblia. Al revisarla y estudiarla me di cuenta que por más que muchos teólogos dijeran que la Biblia no tenía problemas, que las contradicciones eran sólo aparentes, los problemas que yo veía no estaban resueltos. Entonces la inquietud reapareció ¿Es el cristianismo La Verdad?

Entonces vino una revelación (racional) para mí: Si el cristianismo y la Biblia son verdaderos, entonces cada vez que alguien ataca la validez del cristianismo, ese ataque no puede estar en lo correcto. De esa manera, si uno revisara los argumentos más extremos que se oponen al cristianismo, debería encontrar que tales argumentos no son verdaderos ni sostenibles, y por lo tanto, al descartar toda oposición al cristianismo, las doctrinas cristianas saldrían más reforzadas que antes, más confiables que nunca, y así sabría que cualquier alternativa en realidad no era una alternativa válida, sólo en cristianismo quedaría en pie.

Comencé a estudiar cuales eran los argumentos agnósticos y ateos que se oponían al cristianismo.

Para mi sorpresa encontré que los argumentos racionales ateos que intentan refutar al cristianismo no eran inválidos, débiles y risibles como esperaba encontrar. Al contrario, eran extremadamente fuertes.

Al estudiar los argumentos ateos en detalle, comencé a ver más y más que el cristianismo es un gran castillo de naipes. El cristiano tiene que creer porque tiene fe. Y tiene que tener fe porque es cristiano; pero si se intenta encontrar cual es la base inamovible en la cual la fe se basa, encontré que no hay nada, sólo aire y deseos esperanzados.

El cristianismo no tiene una base sólida. El cristianismo es cierto sólo si crees que es cierto.

El proceso de estudiar esos argumentos ha sido largo. No ha sido fácil ni simple de hacer. Tuve que entender como nunca antes la lógica: qué es un argumento sólido, qué es un argumento válido, qué es una demostración. Terminé aprendiendo de prejuicios cognitivos, falacias lógicas, y finalmente, descubrí el pensamiento crítico.

Al utilizar las herramientas del pensamiento crítico sobre las declaraciones y doctrinas cristianas, el cristianismo se deshace entre los dedos.

Al principio pensé que podía ser casual… tal vez me topé con los argumentos más débiles del cristianismo, pero podía haber otros irrefutables. Comencé a investigar la teología, la crítica textual, los argumentos de la existencia de Dios. He estado escuchando durante meses sermones y debates religiosos, esperando encontrar en alguno de ellos un punto de apoyo que le diera validez al resto del castillo del cristianismo.

Al final, no he logrado encontrar tal argumento. Todos y cada uno de ellos son sólo aire.

Hoy considero que ya no puedo llamarme más cristiano.

¿Qué soy ahora? La verdad, mi duda está en si debo denominarme agnóstico, alguien que considera que no es posible saber si Dios existe o no, o en considerarme ateo, alguien que no cree que existan dios ni dioses.

¿Y qué hacer con el problema de la trascendencia?

Hoy siento que la vida es algo maravilloso. El poder respirar, disfrutar la vida, la naturaleza, una familia, amigos, tener aspiraciones y metas es una oportunidad única, algo que no se puede tirar por la ventana ¿Será para siempre? No, algún día voy a morir, mi vida acabará, aunque espero que no sea de forma desagradable o dolorosa…

Pero si eso es todo ¿Para qué vivir?

Pues, ¡Porque estamos vivos! Rechazar el regalo de la existencia, desperdiciar el poco tiempo que tenemos sería el disparate más estúpido que podríamos hacer. Por ello siento que debo luchar por todos los objetivos que hagan que mi vida sea valiosa, para mí, para mi familia, para mis hijos, y para la humanidad. Espero poder dar mi último suspiro sabiendo que hice lo posible, lo que estuvo a mi alcance para dejar este mundo un poco mejor de lo que lo encontré.

Si logro eso, habré triunfado.

Ya no necesito creer en un cielo ni temer al infierno para levantarme cada día.